Ahora me encuentro frente a un papel en blanco; con un lápiz bien afilado en la mano derecha y el corazón preparado para adentrarme en las profundas entrañas de la literatura. Con temeraria valentía avanzo por las espesas junglas del universo de la letra. Cruzando oraciones, sorteando acentos y enfrentándome a signos de puntuación salvajes me acerco con un paso lento pero confiado a mi propio "ser": un tesoro oculto para el cual no existe mapa, y mucho menos cofre. Un premio que no se encuentra, sino el te encuentra: la esencia misma del pensamiento. El ejemplo más puro del espíritu artístico del ser humano. La conciencia materializada en papel.

Algunos viajan por el mundo en búsqueda de éxito y riquezas, otros vagan sin conocer su razón de ser y se dejan ahogar por las peligrosas mareas de la existencia. ¿Yo? Mi travesía tiene un objetivo casi inalcanzable y un punto de partida indefinido. Para cumplir ambiciones como las de un personaje tan peculiar como el que represento necesitas algo más que la voluntad propia, el esfuerzo o la dedicación. Necesitas creer. No en un Dios; en tus propias ideas. Tener confianza en las palabras que escribes. Inmortalizarte en ellas.

Consumirte por la literatura. Morir por la literatura. Alcanzar la felicidad y la tristeza por la literatura. Casi nadie se mantiene erguido por el camino espinoso de las letras. Algunos renuncian apenas comienza la incomodidad mientras que otros mueren asfixiados por sus propios pensamientos: ilusos que intentaron cargar más de lo que les permitían sus propias capacidades. Muy pocos son recompensados por la cruel y hermosa literatura y los que lo hacen llevan su vida a cuestas. Si requiere de tanto... ¿Porque siguen habiendo tantos soñadores que intentan, aún a sabiendas de un futuro fracaso, perseguir la profesión del escritor? Por el disfrute del viaje, digo yo. Aun con sus terribles pesares, escribir es como una droga. Te destruye, pero no puedes evitar el amarlo.

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